Dra. Rosabel Maza

2. Hegel y el psiconálisis: en lucha por el reconocimiento y la guerra

Por: Rosabel Maza

Hegel y el psicoanálisis: en lucha por el reconocimiento y la guerra

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Introducción

Este ensayo pretender tender lazos entre la noción de lucha por el reconocimiento de Hegel y una mirada psicoanalítica que intenta entender la guerra, considerando a Freud y sus seguidores.
La violencia está presente en el día a día y no podemos dejar de pensar en sus orígenes, tanto como reflexionar sobre cómo el propio ser humano se dedica a la exterminación de sí mismos. Una mirada filosófica y otra psicoanalítica tienen coincidencias en relación a su constitución. Sin embargo, en sí misma la noción de lucha por el reconocimiento, atraviesa por una dialéctica especial que hace entender que se contradice en sí misma, sin embargo, este movimiento podría ser visto desde el psicoanálisis como la presencia de una realidad en la que coinciden dos fuerzas antagónicas, la de vida y la de muerte, entendida como una tendencia tanática del yo.

Desde la filosofía política

Desde la filosofía política, los problemas que se generan en las relaciones entre el individuo y su comunidad permiten el desarrollo del concepto de mutuo reconocimiento de Hegel. La búsqueda es la de una sociedad sobre bases racionales. Donde el papel del reconocimiento se da como condición de posibilidad de lo intersubjetivo. En los escritos de Jena, Ensayo sobre Derecho Natural, el Sistema de la Eticidad y la Realphilosophie se identifica como thelos la eticidad absoluta. Es aquí, donde la conciencia logra lo que no puede, en tanto se afirma por la lucha. La experiencia va más allá de la valoración del individuo hacia una posibilidad de una comunidad política moderna sustentada sobre relaciones racionales intersubjetivas.

El Espíritu de Hegel es la esencia de la ética, es lo absoluto. El Espíritu es real y absoluto y representa al “espíritu de un pueblo” y su conjunto de costumbres e instituciones, todo esto es el Sistema de Eticidad. De aquí, los hombres en comunidad, comprendemos e interpretamos nuestras relaciones sociales, culturales, religiosas o filosóficas, en un marco de totalidad ética, la cual se convierte, así, en el espacio de posibilidad del desarrollo de nuestra vida como una vida plenamente humana.

Honneth explica que ”la eticidad sólo es posible en tanto el espíritu supera el “ser otro” , esto es, el autoextrañamiento en que se encuentra en tanto existe como naturaleza” . El momento posibilitador de la “esencia ética” lo constituye la lucha por el reconocimiento.

Hegel tiene una idea de comunidad política en la que lo intersubjetivo es condición de posibilidad de subjetividad. La libertad de los individuos, el desarrollo de su identidad y del concepto de sí mismos proviene de la posibilidad de vivir en un espacio compartido, en el que lo que se lleva a cabo es el reconocimiento intersubjetivo de la propia singularidad. Esta noción de ser reconocido como ser humano es propia de las relaciones intersubjetivas y es planteada como una necesariedad.

El desarrolla este contenido experimentando la conciencia una transformación a partir del concepto de lucha. Su perspectiva especulativa lo lleva a un discurso dialéctico, en el que el Espíritu se autoenajena y se recupera a sí mismo, proceso en donde la eticidad no es más que el momento objetivo en el que la idea se encuentra a sí misma en lo real histórico. Es decir, que la motivación del enfrentamiento entre los hombres, en la que Hobbes brindaba una imagen animal dentro de un estado natural, para Hegel, es moral. Es decir, que la reacción de un individuo frente a otro, está determinada por la necesariedad del reconocimiento del otro , y se ve amenazada si es que no la recibe, ya que no la convierte en conciencia reconocida por otro, en este marco intersubjetivo que la autentifica y le permite a sí mismo, tener certeza sobre sí. Es decir que en la intersubjetividad, la propia conciencia se encuentra objetivada por su propia certeza. El móvil de toda relación intersubjetiva es la inminencia de buscar la mirada de otro, y sólo así, y a a través de la mirada de otro, puedo ser yo mismo. Sólo en otra totalidad, la conciencia alcanzará verdadero reconocimiento . Sólo allí tendrá realidad y existencia.

Hegel instala a partir del reconocimiento una exigencia pre-contracto, un espacio compartido con otro, que posibilita mi libertad, incluso, antes de poder pensar en algún enfrentamiento. Si nos consideramos sujetos libres frente a otros, conservando un espacio de acción delimitado, en el que pediremos consideración y respeto. Esto conllevará a que se vaya extendiendo el proceso de reconocimiento en la vida social, para luego, dentro de diferentes espacios intersubjetivos pueda ser reconocido en relación dentro de la familia, sociedad civil y Estado.

En la intersubjetividad, la condición de posibilidad de que la conciencia individual retorne a sí como una subjetividad propia de la conciencia y pueda así determinarse, será posible a través de experiencias de conciencia a conciencia y específicamente determinado dentro de relaciones humanas intersubjetivas. Nos referimos a que el sujeto parte como sujeto absoluto dentro de este esquema, así como señala Hegel en la Fenomenología–aludiendo a Fichte y Schelling– que la autoconciencia no es un tautología sin movimiento del yo soy yo, sino que debe entenderse como un “retorno a sí desde el ser otro” [die Rückkehr aus dem Anderssein].

Ahora bien, llegamos a la totalidad de la conciencia y ésta es el reconocimiento. Dentro del marco de la fenomenología del espíritu, la conciencia necesita superar este reconocimiento, y sólo bajo otra totalidad la conciencia alcanzará el verdadero reconocimiento. Honneth dice, “Para Hegel, la estructura de tal relación de reconocimiento recíproco es siempre la misma: en la medida en que un sujeto se sabe reconocido por otro en algunas de sus facultades y cualidades, y [se sabe] por ello reconciliado con éste, llega también a conocer facetas de su propia e irreemplazable identidad y, con ello, a contraponerse nuevamente al otro como un particular.”

Es aquí es donde aparece la necesidad de exclusión: “Cada conciencia singular en su naturalidad se pone a sí misma como totalidad de lo singular y se comporta frente a la otra como negativa y excluyente.” Es aquí cuando aparece el concepto de lucha por el reconocimiento. Es el lado de reconocimiento que pasa por el momento de enfrentamiento conflictivo en la que las individualidades antagónicas se afirman a sí mismas, una frente a otra. La lucha es necesaria pese a su carácter aporético en el proceso de formación de sí mismo. La lucha es un estado de conocimiento respecto a sí misma y de lo otro de ella.

El reconocimiento mutuo, supone cada uno ponerse al otro en su conciencia como una singularidad absoluta de la conciencia. Este momento en el reconocimiento nos lleva a configurar la lucha y la ofensa como necesarias para que el “yo” se autodetermine a la libertad, se revele la negatividad inherente al principio de la singularidad, y sea representado como totalidad excluyente.

Hegel entiende la lucha por el reconocimiento como la ofensa a la singularidad que la conciencia experimenta como ofensa al todo. La lucha por la singularidad ofendida es la lucha por el todo. La lucha y la ofensa son los motores , impulsores del movimiento total de reconocimiento. Tienen un carácter de necesariedad. La lucha es la expresión del deseo de la conciencia de llegar a ser reconocida.

En este sentido, la ofensa es un acto donde el “yo” singular se ”pone” como totalidad, se arriesga, niega al otro, lo excluye para ser totalidad para sí. Es dramático pero necesario. La ofensa conduce al reconocimiento porque es el deseo de reivindicar lo negado para la totalidad a la que originalmente pertenece. Reconstruye la unidad perturbada, legitima la autoreferencialidad. Tienen que ofenderse mutuamente, y ambos, atacante y atacado hacen clara su capacidad de exclusión y autoafirmación., pueden representarse como conciencia de su singularidad. “La ofensa conduce al reconocimiento porque la voluntad de reconcomiendo es el deseo mismo de reivindicar lo negado para la totalidad a la que originariamente pertenece, de reconstruir la unidad “perturbada” y de legitimar la autoreferencialidad. Este deseo hace aparecer el conflicto tomo una necesidad de la conciencia y su asunción como criterio de su racionalidad.”

En este contexto, lo que la imagen de la lucha a muerte representa es el valor real de la vida como vida humana. Es preferible morir, dice Hegel, a vivir sin ser reconocido. Si se quiere ser humano, se debe estar dispuesto incluso a arriesgar la vida para obtener de los otros el reconocimiento que demandamos, porque sólo así, a la vez, nos hacemos visibles ante nosotros mismos.

La lucha entonces se transforma así en la estructura misma de lo social . Se encuentra dentro del propósito mismo de la intersubjetividad y relaciones humanas. Es el movimiento que está implícito a toda relación con los otros y en la búsqueda de constitución de identidad. Es decir, que la lucha por reconocimiento afirma la”identidad”, el conocerse así mismo como sí mismo, pero también, es una propuesta diferente al principio de autoconservación. Se actualiza la potencialidad negativa inherente al principio de singularidad. Es la relación negativa entre singularidades la que conduce a la negatividad de la otra, es decir a su muerte. Buscando la muerte del otro o, la totalidad negativa del otro, lo niega; corre el riesgo de su propia vida, pone en juego la propia totalidad positiva y se afirma a sí mismo.Pero esta tendencia a la desaparición del otro, implica su propia legitimación: “yo sólo puedo llegar a ser reconocida en verdad como racional, como totalidad, cuando tiendo a la muerte del otro” Sin embargo, tender a la muerte del otro, es mostrar disposición sobre la propia muerte, éste es un criterio de racionalidad. Donde ser racional implica estar dispuesto a arriesgar la totalidad , la vida misma.. El que renuncia a la lucha , renuncia a valer como ser-para-sí absoluto, como totalidad de conciencia, renuncia a valer como racional. La renuncia a la lucha tiene un significado ontológico. Es la renuncia a valer como ser-para-sí absoluto, como totalidad de conciencia, en suma, la renuncia a valer como racional.

De aquí surge la contradicción absoluta de la lucha por el reconocimiento: si la conciencia que aspira al reconocimiento, logra la muerte de uno mismo al arriesgarla o mata al adversario, impide la conciencia de aquél que debe reconocerlo. El reconocimiento se convierte en imposible, puesto que desaparece el sujeto o el objeto. La totalidad singular se impide a sí misma en el momento en el que quiere reconocerse y ser reconocida como tal: no es más que pura posibilidad, siempre destinada a traducirse en imposibilidad, apenas pretenda saltar del plano de la idealidad al plano de la realidad.

Axel Honneth(1997) plantea ver este problema desde una perspectiva universalista y propone utilizar el concepto de reconocimiento de Hegel como parte de una lectura moral de la historia de las reivindicaciones políticas o como “gramática de los conflictos sociales” El intenta dar una explicación a la motivación moral de protestas ciudadanas y culturales. Hegel entiende el reconocimiento como un proceso intersubjetivo de constitución progresiva de la identidad en el marco de sucesivas y cada vez más complejas formas de socialización: la familia, el derecho, la comunidad ética . Ahora, mientras más exitosa sea la experiencia del reconocimiento, es decir, mientras más sólidos sean los lazos que unen al individuo con su comunidad, más posibilidades tiene él mismo de diferenciarse y de adquirir conciencia de su particularidad.

Desde el psicoanálisis

Freud empieza a desarrollar su teoría de la agresión al describir la existencia en el hombre de fuerzas antagónicas contrapuestas o instintos que le conducen a su propia conservación como también a la destrucción del otro. Impulsos que denomina como impulso de vida e impulso de muerte, provenientes del yo. El explica que estas fuerzas antagónicas, amor y odio por los objetos, proceden de un repudio narcisista por parte del yo ante el mundo externo lleno de estímulos. Estos instintos forman una síntesis amor/odio. Incluso señala que puede afirmarse que los verdaderos prototipos de la relación de odio se derivan no de la vida sexual, sino de la lucha del ego por conservarse y mantenerse .

En Más allá del principio del placer (1920), Freud hace una nueva revisión e interpretación de la teoría de los instintos y nombra como Eros a aquel instinto que se dirigiera a la conservación de la vida, y Thánatos, a aquellos dirigidos a la destrucción , muerte o eliminación de la materia orgánica. Asimismo Freud (1929) en el Malestar en la Cultura, confirma una cierta tendencia del individuo a la autodestrucción (masoquismo o internalización de energía de la libido), en la que describe que esta tendencia del individuo a destruir a sus semejantes, es consecuencia de una libido objetiva , es decir, la destrucción de un objeto externo, llámesele narcisismo secundario o sadismo.

En Nuevas aportaciones al psicoanálisis (1932), Freud habla de la autodestructividad, como manifestación de un instinto de muerte que no puede faltar en ningún proceso vital. En la misma obra expone Freud su concepción teórica respecto a las relaciones sociales de los individuos. Freud plantea la tesis de que en el proceso de socialización un individuo buscará salida a sus deseos instintivos. Este proceso se llama desplazamiento -mecanismo de defensa por la cual un individuo desplaza su hostilidad hacia otro-. Considera Freud que la agresión en el hombre adulto es el producto de un impulso interno que podía desencadenarse independientemente de que existiera o no un estímulo externo, capaz de provocar dicha conducta. En otras palabras nos dice que ese impulso o excitación interna es consustancial, es decir, independiente del estímulo. Por lo tanto, nos encontramos frente a una pulsión dentro de esta dinámica intersubjetiva.

Entonces, ¿qué fuerzas psicológicas potenciarían la agresión e inevitablemente llevarían a conflictos armados? Sabemos que la civilización a medida que desarrolla, también desarrolla sus formas de violencia, siendo éstas tan primitivas y crueles, aunque más sofisticadas. La cultura intenta contender y ofrecer posibilidades de neutralizar y lograr la catarsis sublimatorias de las pulsiones, sin embargo, los cambios siguen afectando el sentimiento de identidad, entendido para muchos como despersonalización. Carlisky y Katz en Cantis (2000) opinan que genera aún más el deseo de destruir la identidad del diferente, por resentimiento ante la injuria recibida y con la expectativa de recuperar la propia identidad. En este contexto, a cuanto mayor sea la precarización y la rigidez en los vínculos familiares primarios fundantes del psiquismo, opina Cantis , mayor es su vulnerabilidad frente a los cambios, con efectos de desestructuración vincular e individual y por lo tanto, generador de mayor violencia.

El mismo Freud en carta a Einstein explica lo siguiente: Hemos visto que una comunidad humana se mantiene unida merced a dos factores: el imperio de la violencia y los lazos afectivos –técnicamente los llamamos “identificaciones” que ligan a sus miembros. Desapareciendo uno de aquellos, el otro podrá posiblemente mantener unida a la comunidad. Sin embargo, él mismo menciona en la misma carta, que la guerra no sirve para el fin de conservar la paz eterna, todo lo contrario, considera que los éxitos de la conquista no son duraderos, y que ésta misma sólo puede crear uniones incompletas, ya que los conflictos interiores favorecerán aún más decisiones violentas.
Pareciera entonces imposible de sublimar los impulsos innatos agresivos del ser humano, ya que el hacer daño a nuestros semejantes es una realidad amarga que aparece en nuestra humanidad. Brice Boyer entiende que la socialización no solamente engendra hostilidad, si no que también podría ser vista esta hostilidad como propio de rivalidades en familias-estado en la que se descarga la agresividad entre conciudadanos, simulando ser padres o hermanos o hijos sustitutos, ya que lo tanático es constitucional, es primitivo al ser humano. Estas fuerzas agresivas , son un derivado del élan vital primitivo cuando se lo expone a la frustración.

Freud introduce dos conceptos fundamentales, el de sublimación y el de defusión. Sublimación conllevaría a canalizar esa agresividad a través de conductas aceptables socialmente, la defusión, sin embargo, es la representación de las manifestaciones del impulso agresivo, en su forma más primitiva y por lo tanto menos sublimada. Entonces, la desublimación, la desintegración o la primitivización del impulso agresivo será causante de una regresión a un nivel inferior de desarrollo. Bychowski opina que un clima de alineación del ser humano, interfiere con el Eros, es decir, con la dedicación a la vida y a la humanidad, surgiendo contrariamente, la agresión destructora en el individuo, para hacer la descarga respectiva de la agresión . Fornari coincide con Freud quien veía en la guerra una regresión instintiva, aunque agrega, regresión psicótica del yo socialmente institucionalizada. Grinberg, asocia el concepto de agresión a su relación con los problemas derivados del sentimiento de culpa y estados de duelo. Enfoca al individuo desde una perspectiva histórica, afirmando que su vida es una sucesión de pequeños y grandes duelos donde el sentimiento de culpa constituye un elemento fundamental. Considera que la culpa y los duelos patológicos ejercen una poderosa influencia en la conducta del ser humano y agravan por lo tanto sus enfermedades.

La mirada psicoanalítica kleiniana es quizás, la que mejor explica el concepto de instinto de muerte. Melanie Klein explica que la ansiedad primordial experimentada por el niño en el momento del nacimiento resulta de la amenaza de aniquilación total proveniente del instinto de muerte desde el interior del organismo. El temor a esa aniquilación es que lo que impulsa al niño a utilizar defensas primitivas, es decir, la proyección del instinto de muerte hacia afuera. La envidia, la rivalidad, los celos y competencia desencadenan agresión entre los hombres. Esta mirada, me atrevería a decir, validan a la agresión y la guerra, en la medida que satisfacen necesidades importantes de la naturaleza humana. Es así, que en los pueblos se puede liberar descontroladamente la energía destructiva si se ve amenazado, paralelo a ello, generaría relaciones de dependencia y solidaridad e identidad de un pueblo.

Después de este recorrido, parecería que el reconocimiento se convierte en un imposible, puesto que desaparece el sujeto o el objeto. La totalidad singular se impide a sí misma en el momento en el que quiere reconocerse y ser reconocida como tal. Esto no sólo se ve desde la filosofía política de Hegel, sino también a través de distintas miradas psicoanalíticas hacia la guerra.

A manera de integración

¿Cómo se entiende que se da una lucha del ego por conservarse y mantenerse? ¿Cómo puede darse que la exterminación del otro, nos reasegure nuestra propia existencia, nuestra propia autoconservación? ¿Cómo dentro de una contradicción absoluta, intenta la lucha por el reconocimiento reconocer su objetivo inicial, el de ser reconocido por otro para tener valía? Si el hombre que aspira al reconocimiento, logra la muerte de uno mismo al arriesgarla o matar al adversario, finalmente impide la conciencia de aquél que debe reconocerlo.

Tanto en la concepción de lucha por el reconocimiento de Hegel, como la concepción psicoanalítica de la violencia y el enfrentamiento, llegamos a una conclusión que suena un tanto desesperanzadora. Esta aporía en el reconocimiento, hace ver que la singularidad de la totalidad ocasiona la nada de la muerte. La lucha lejos de conducir al reconocimiento de la singularidad, conduce a la negación de la singularidad misma.

Quizás desde el psicoanálisis lleguemos a entender la contradicción fundamental del reconocimiento y esto se lleva a cabo, considerando que la necesidad de auto-afirmarme conlleva a la necesidad de aceptar mis propios impulsos de muerte. Esta necesidad de aniquilar, este repudio hacia el otro, tienen una base narcisista en el que la identidad se marca a partir de la necesidad de desaparecer al otro. Los seres humanos tanto como son racionales, tienen pulsiones que los llevan la manifestación del instinto de muerte que es parte de todo proceso vital. Esto entendido como la necesariedad de la propia conservación de la propia vida.

El concepto hegeliano de “ponerse” como totalidad, que supone la superación a sí mismo totalidad, subsume la tendencia de yo la convivencia con sus propios impulsos o excitaciones internas. Esta pulsión, tanto de autoconservación como autodestrucción son consustanciales al ser humano. Esta es una convergencia con el pensamiento hegeliano, salvo que lo muestra en una evolución o movimiento de la conciencia, dado a partir de un auto enajenamiento de la conciencia. Esta conciencia que deviene en Hegel, muestra un movimiento que se supera a sí mismo, y se da al ser conciencia reconocida en otra conciencia. La superación del reconocimiento y este dejar de ser, es una evolución.

Esta mirada positiva, generadora de lo intersubjetivo , este reconocimiento que produce la nada de la muerte, como conciencia que es reconocida, conlleva a la certeza sobre sí mismo. En el psicoanálisis, hay muchas defensas para reconocer la propia agresividad del sujeto. Hegel hace una comprensión intuitiva de las emociones inconscientes y conscientes de los individuos en tanto son parte de una comunidad. El simbolismo que Hegel le da a la experiencia de la lucha, es posible gracias a al aparición de un realidad en la que la misma conciencia existe. Es decir que el ser reconocida, la convierte en espíritu absoluto, en voluntad general”. . La autosuperación de la singularidad llega a ser su propia salvación. Esta mirada condicionante y mediada por otro, nos lleva a un esto conlleva a estar condicionado y mediado por el ser del otro.

El psicoanálisis tiene una mirada menos esperanzadora de lo intersubjetivo, ve lo avatares de los avances tecnológicos y de una socialización que violenta al individuo. Freud plantea la tesis de que en el proceso de socialización un individuo buscará salida a sus deseos instintivos. La cultura es vista como continente del individuo, contenedora de sus pulsiones, neutralizadora de las pulsiones agresivas también, sin embargo, también habla de carácter despersonalizador de la cultura, en la que la lucha por la identidad, es un concepto cada vez más amenazado. Y esto, es generador de más violencia y mayor agresión, empujando al individuo a la búsqueda y recuperación de su propia identidad. El fin es el hombre mismo, su búsqueda es llegar a neutralizar su propia pulsión de muerte, siendo ésta inherente a él. Rechardt ser refiere a una lucha constante, continua e inexorable que lo empuja a buscar la paz y distensión por cualquier medio, bajo cualquier forma, y no simplemente una fuerza que tendería a trasformar lo animado en inanimado. La pulsión de muerte es el nombre de un paradigma referido al funcionamiento psíquico….trasciende al psicoanálisis… se trata de una cuestión metafísica que no podría ser resuelta en el marco de sus métodos.

Son dos fuerzas que interactúan, Eros y Thánatos, como tendencias psíquicas independientes una de otra, dentro del psicoanálisis; dos fuerzas antagónicas, en una dialéctica que refuerzan al fin el thelos de la eticidad misma. Ambas repercuten en la identidad del sujeto, sólo que Hegel , con la idea de reconocimiento le da una fuerza diferente a la intersubjetividad , ya que ésta es condición de subjetividad. La perspectiva psicoanalítica, dad por Bychowski, Fornari y Grinberg, buscan un entendimiento de la pulsión destructora, aunque ven a estos instintos agresivos como manifestaciones de una regresión instintiva, de una parte psicótica del yo. Aunque sí hay una postura que valida la agresión como reafirmante de la autoconservación. Sin embargo no hay esa mirada englobadora de sistema que hace Hegel que permite visualizar mejor el movimiento de estas dos fuerzas inherentes al ser humano.

Finalmente la postura hegeliana positivisa lucha, ya que pone al descubierto la contradicción. Esta mirada, le da valor a la necesidad de fundar el reconocimiento como elemento mediador que garantiza la identidad y la autoconservación del yo. Así como también permite que nos acerquemos reflexivamente a esta necesidad de autoafirmarse a través de mecanismos autodestructivos. Sin embargo, la lucha tiene un cierre real: la autosuperación de la negatividad inherente a la singularidad. Esta mirada es la que engloba el pensamiento de Hegel, el pensamiento en el que el devenir toma protagonismo como conciencia que a través de la historia permite identificar a la conciencia universal, al pueblo mismo. Hegel mismo lo dice : la conciencia universal, absoluta, el pueblo mismo, es el eterno movimiento de devenir sí mismo en otro y de devenir otro de sí en sí mismo. Este eterno movimiento es regenerador y a través de él se da la vida, y la pertenencia misma del sujeto , es decir la Eticidad misma.

Rosabel M. Maza / Lima, Perú
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