2. El vínculo dentro de la construcción de la femineidad
Por: Rosabel Maza
Dra. Rosabel Maza
Por: Rosabel Maza
I El género femenino desde Freud
Los conceptos de Freud concernientes a cómo la niña tiene acceso a su estatus de mujer y madre han ido recibiendo la carga de cambios históricos y culturales significativos. Hemos visto que el misterio de la femineidad y el sexo femenino, fascinaban a Freud aunque al mismo tiempo lo consideraba como un continente oscuro a explorar. La mujer según Freud, entra en el Edipo y o no sale o sale muy lentamente. Asímismo, el superyó generado en las mujeres tampoco tuvo en su obra un lugar de estudio ni una consideración metapsicológica minuciosa.
Lo perspicaz en Freud (1930) es que fue el primero que explica la “femineidad” en términos psicológicos más que en términos biológicos. Propone paradójicamente dos teorías: la esencialista de la masculinidad y la construccionista de la femineidad. <El hombre nace, la mujer se hace>. Freud dice en Nuevas Conferencias de introducción al psicoanálisis 33ª conferencia: <Le corresponde al psicoanálisis no describir lo que es la mujer –tarea casi irrealizable, sino investigar de qué modo el niño de disposición bisexual se convierte en una mujer>.
Sin embargo, quedaron aristas pendientes a elaborar. El hecho que la mujer posea vagina y tenga la capacidad de dar a luz, aparentemente no suscitó en Freud la idea que el varón pudiera a su vez envidiar el sexo de la niña y que ese sexo ejerciera una atracción virtual sobre el hombre precisamente en razón de la ausencia del pene. Mc. Dougall propone este vértice como oportuno para procesar.
Dentro de este contexto, a lo largo de este trabajo consideramos importante dentro de la femineidad incluir la conflictiva intra-psíquica, el plano de lo vincular y el atravesamiento socio-cultural.
II Desde innatismo hasta el papel de la cultura
Femineidad es un término cuyos modelos cambian de una cultura a otra. La cultura occidental facilita la adquisición de la identidad sexual y el goce la misma como un proceso final de duelo luego de la integración de los deseos bisexuales y edípicos. La mayoría de teóricos del psicoanálisis sostienen que esta integración permite que aparezca una imagen narcisista femenina, la investidura libidinal del cuerpo femenino así como el fortalecimiento del yo-femenino.
Dentro de este clima, empieza un vívido debate psicoanalítico entre Freud, Horney y Jones. Horney contribuye con explicaciones sociológicas. Considera que se debe revisar la idea de envidia del pene tanto como que la femineidad surge a partir de una frustrada masculinidad. Asevera que la femineidad es independiente y autónoma. Horney y Jones proponen que la feminidad era primaria, no derivada, y que se anticipaba a la fase fálica. Horney considera que la niña sustituye al padre por la madre como su objeto libidinal y atribuye esta elección de objeto heterosexual en función de una femineidad innata, basada en la biología femenina y la conciencia de la vagina, no en la decepción de la falta de pene. Jones propone que el complejo de Edipo de la mujer y su apego erótico al padre, provienen del directo desarrollo de su femineidad innata.
Se ha desarrollado teorías en las que se considera a la femineidad primaria como propia de los niños de ambos sexos debido a la existencia de una identificación primaria con su madre (Stoller, 1968). Por ese motivo, si bien la niña cambia de objeto, el niño cambia de modelo (Dio Bleichmar, 1985 y 1998). En esta misma perspectiva, Alcira Miriam Alizade (1999) propone una femineidad originaria, común a todos los seres humanos independientemente del sexo: “todos reciben los efectos psicosomáticos de la femineidad primaria”
Así como hemos visto estudios en los que se considera la perspectiva de la femineidad como innata, ahora introduciremos estudios que acentúan el papel de la cultura en la construcción de la femineidad. Los formatos de femineidad y masculinidad no surgen desde la subjetividad masculina o femenina (Dio Bleichmar, 1997). Niñas y varones, al ingresar desde su nacimiento a la cultura, encuentran que ésta ya tiene construídos modelos, prescripciones y prohibiciones que irán conformando al yo y a sus ideales.
Los estudios de género han puesto en visibilidad que la femineidad/masculinidad no son esencialmente unas esencias transhistóricas, atemporales y naturales. Cada cultura en cada momento histórico, privilegia determinados ideales genéricos, que mujeres y varones internalizan a través de procesos de identificación y forman parte de su subjetividad. (Carril,2000) El mecanismo de identificación nos permite reconocernos como iguales a aquellos del mismo género. Es decir, que junto con el saber sobre nuestro propio género, se incorporan normas y reglas específicas para diferenciarnos.
En este sentido, Spector (1994) afirma que ahora sabemos que la masculinidad y la femineidad son constructos paralelos, no ordenados por la naturaleza, sino modelados en los primeros años de vida en forma irreversible. Por su parte, Money (1995) define la identidad de género a la distinción entre masculino y femenino en contraparte con sus propios roles. Así, el género precede a la sexualidad en desarrollo y organiza la sexualidad, debido a que ya está instalado el proyecto dentro de la misma cultura. Inclusive, trabajos recientes muestran cómo hormonas prenatales constituyen aspectos de la identidad de género, la naturaleza de elección de objeto y roles de identidad de género (Money, Schwartz, Davis, 1984; Friedman & Downey, 1995; Diamond & Sigmundson, 1997).
Kaës (1989) considera que las representaciones sociales son predisposiciones útiles para el los sujetos se representen. Es decir, que la función social se activa desde el preconsciente a manera de esquemas mentales que generan comportamientos como función normativa.
Para concretar este acápite, sabemos que el género agrupa contenidos psicológicos, sociales, culturales, de esta manera podemos concluir que la sexualidad no es la única que organiza el género. Hasta el deseo y la asignación de un sexo, ahora estudiados, imprimen un sello a la identidad de género del niño a nacer.
Otro nivel a profundizar es el intrapsíquico. Aquí, Stoller propone la existencia de una protofemineidad para mujeres y varones, consecuencia de la relación fundadora con la madre. Incluso considera que aparecerían ciertas dificultades en la constitución de la masculinidad. Hasta también considerar diferentes las estructuras normativas como las superyóicas dentro de cada género. El complejo de Edipo, permitiría la reorganización del deseo sexual más no la identidad de género, por qué ésta ya vendría definida. Estamos hablando de una niña siempre niña, que quien en el período edípico hace evidencia de lo libidinal. De ahí conceptualiza el deseo, renuncia al padre, pasa por una pérdida, y proyecta su deseo hacia otros objetos libidinales. Aquí, no se habla de una reafirmación de su identidad.
A este movimiento, Alizade (1999) lo denomina como positivización del no, como un movimiento pacífico del final del complejo de Edipo femenino. Propone que se daría una progresiva maduración y superación de la rivalidad que produce la individuación y construcción de sí mismos.
Existen reveladoras investigaciones hechas por Stoller, en 1968 con niños ciegos, niños con ausencia congénita de pene y niñas con ausencia congénita de vagina. Estos niños son observados en su diferenciación de género en relación a su sexo biológico, y se prueba que la diferenciación de género no puede ser primariamente derivada del conocimiento o percepción de su distinción sexual. Es decir, los niños no percibieron al nacer sus genitales sin embargo, sí se perciben como hombres o mujeres.
IV Relaciones objetales – cómo influyen en la constitución del género femenino
Freud se acercó desde entonces a buscar relaciones desde el psicoanálisis hacia teorías posteriores como la cognitiva y la del afecto. No concluyó que la sexualidad era tan solo una expresión biológica sino también formuló que la experiencia externa es internalizada e impacta no sólo en la organización de la percepción y relaciones afectivas, sino también en la creación de la subjetividad. (Spector , 1994)
Tanto el Constructivismo, -quien postula que la sexualidad es socialmente construida-, como la Teoría de relaciones objetales, -que dan una importancia vital a la relación cercana entre sexualidad infantil y relación de objeto temprano como definitivas para la vida mental- coinciden que el vínculo es la estructura fundantes de la subjetividad. Sin embargo, estamos divididos en mujeres y varones, lo femenino y lo masculino establecen lugares psíquicos específicos y al mismo tiempo diferentes, capaces de organizar diferente la propia subjetividad.
En un marco cercano, Money ve a la asignación de sexo y su misión social -como la fuerza de impulso en la adquisición de género-. Así, el énfasis que Money hace es darle al rol de la crianza como impactante ante el género. Spector también introduce la perspectiva social, nomina la identidad de género como construida cognitiva y socialmente, Luego de ser establecida la identidad de género, ubica el objeto apropiado para la imitación e identificación. Prosigo con Dinnersteirn & Chodorow, centralizan la relación madre e hija como fuerza primaria y determinante en la organización de la sexualidad femenina y de la femineidad. Asimismo, Cixous (1986) y Irigaray (1982) proponen que las mujeres están más influenciadas por experiencias pre-edípicas y que conservan su identificación con la madre. De esta manera, el yo fluye interrelacionalmente y es menos disociado de su experiencia corporal y fortalece la identificación. En el caso madre-hijo, la madre ha tenido que ser reprimida y el yo femenino disociado para que se instale su identificación sexual masculina.
En esta misma línea, Benjamín (1998), propone que si bien el infante puede ser cognitivamente narcisista, su vida se desarrolla en el interior de una red vincular. Su psiquismo se construirá a través de la relación con los semejantes. Para esta autora, la satisfacción pulsional es discreta en relación a la percepción creciente de la respuesta subjetiva del otro. Habla de un “entonamiento” con el otro , un psiquismo que se construye a partir de un vínculo.
Esta concepción intersubjetiva reorienta la concepción del mundo psíquico, partiendo desde las relaciones de un sujeto con su objeto hacia las de un sujeto que se encuentra con otro sujeto. Benjamín reorienta el paradigma enfatizando el vínculo por sobre la pulsión.
Conclusiones
Bibliografia
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