Dra. Rosabel Maza

22. Cosmopolitismo – la ética en un mundo de extraños – Appiah

Por: Rosabel Maza

Cosmopolitismo: la ética en un mundo de extraños

Los itinerantes

en: www.rosabel-maza.com

comentario del libro de Kwame Anthony Appiah. Parte 1.

“Ese es el mundo que nos configuró, el mundo en que fue formada nuestra naturaleza.”(Cosmopolitismo pg 13.)  Appiah intenta con esta  frase introductoria hacernos recordar nuestros orígenes, aquél útero que nos ha dado vida y del que evolucionarán los diferentes ciudadanos hechos en todos los tiempos, en todas las civilizaciones, en todas la ciudades. Este es un constructo espacio/temporal universal, en el que parece que dejamos de reconocernos cuando pasamos de espacio en espacio, de tiempo en tiempo.

Si bien aprendimos a vivir en sociedad, los dos últimos siglos se han ocupado de acercarnos y crear la posibilidad de imaginarnos fuera de nuestros propios contextos. La red de comercio, la red global de información nos hermanó más de lo imaginábamos, con  los beneficios y los males que conlleva este filial acercamiento. Como una gran familia mundial, juntos podemos convertirnos en disfuncionales, o funcionales. Appiah coincide en pensar que juntos podemos arruinar o elevar nuestra subsistencia. Afirma que hay un desafío pendiente: depositar la idea de moralidad dentro de las mentes y corazones de la tribu global y equiparlas con ideas e instituciones que nos permitan vivir como una gran familia.

Ciudadanos del cosmos ó cosmopolitas acuña  un deseo esperanzador desde los cínicos (siglo IV a.C), en el que el ciudadano debía lealtad al universo, perteneciendo todos a una única familia  y al universo considerándolo como el Estado. Incluye la necesidad de cada ciudadano de promover  y ocuparse de su propio bienestar, es decir, compartir una preocupación en relación a las obligaciones y tener una vinculación interdependiente económica global.

El pertenecer a una familia global requiere implicarnos en el conocimiento de los demás, interesarnos en sus prácticas, creencias, darles significado, aprender de las diferencias, explorar las posibilidades humanas y convergir en el respeto por las legítimas diferencias y en el interés por lo universal. Este desafío movilizador, ha permitido que se piense, a lo largo de la historia, en la irrelevancia de fronteras, a desacreditar credos irreales, a abandonar lealtades parciales. Creer en él, mantiene una lealtad con respecto a todos los demás, es una opción que tenemos todos que plantearnos como ideal, sin embargo, descreer en ella, podría escindirnos, fragmentarnos y el aislamiento y la segregación son  grandes  enfermedades que lo único que han hecho en la humanidad, es destruirnos y evitar profundizar nuestras distancias y heridas. Appiah pretende descubrir lo relativo de lo “culturizable”, de lo “distinguible”, de una “ética diferenciadora entre ganancias económicas o identidades”, de lo irrelevante de la “extranjeridad de los extraños”, de la relatividad de los valores.

Su aspiración está más bien dirigida en subrayar la necesidad de conservar lo local y lo universal, articulándolos, a través de conversaciones que funden fronteras. Puede ser que no logremos un consenso universalizable, pero por lo menos avanzaremos en dirección hacia el reconocer las diferencias y aprender de ellas. En este recorrido, “una apertura cosmopolita hacia el mundo guarda una perfecta coherencia con la selección y elección de algunas de las opciones que se encuentran en la búsqueda.” (Cosmopolitismo, pg 32)

Estos buscadores itinerantes, o quizá ciudadanos camaleónicos, van succionando de lo que abunda compensando de carencias, involucrándose genuinamente en costumbres y creencias sin la necesidad de aprobarlas o adoptarlas. Todo esto tiene la sensación de estar uniendo las piezas de un rompecabezas que conforma partes de la verdad,   “ y la verdad entera no está en ningún lado”. (Cosmopolitismo pg 35) Es más, para encontrar la verdad, las diferencias entre las prácticas religiosas son un ejemplo que nos lleva a afirmar que hay muchas verdades morales, y lo máximo que podemos hacer es aceptar nuestras diferencias.

Quienes son grandes testigos del entusiasmo hacia otras culturas son los etnógrafos, quienes  pasan largas temporadas tratando de entender a personas de diferentes culturas. Sus dioses, comidas, lenguas, danzas, música, esculturas, medicina, vida familiar, rituales de paz y guerra, cuentos y vínculos están dotados de enigmas fascinantes y asombrosa extrañeza. (Cosmopolitismo pg 42)  Sin embargo, esta curiosidad cosmopolita está impregnada de una desconfianza del discurso de la moralidad universal puesto que no intervienen en las vidas de otras sociedades, sino que respetan el curso de cada historia particular. Particularmente, siento que este escepticismo parte de experiencias traumatizantes a lo largo de la historia, en la que las intervenciones en otras culturas fueron más devastadoras que integradoras. Imagino que trae consigo, la consciencia de un respeto por preservar tradiciones que han sido mutiladas y mutadas por conquistas e influencias que menospreciaban lo diferente. Sin embargo, las doctrinas relativistas modernas sustentadas por antropólogos culturales presentan  las verdades morales objetivas como errores conceptuales, puesto que lo que se aprueba o desaprueba es una costumbre local moderna que se ha vendido como una verdad, más es sólo una práctica particular. Desde aquí, podemos colocarnos nosotros en una verdad relativa, una verdad que muchas veces imponemos desde nuestras dificultades para entender lo diferente.

Seguiremos revisando a Appiah.

Rosabel M. Maza / Lima, Perú
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